HISTORIAS INACABADAS (VI)
El
sol se iba adormeciendo lentamente por el oeste. Exhausto. Se
escondía después de un día de trabajo agotador, sólo la luz de
los últimos rayos se reflejaba en el agua de un mar tranquilo y
sereno. Desde el barco, Cristina, hipnotizada, veía como poco a poco
el día languidecía dando paso a la noche que cabalgaba para
imponerse majestuosa en esta parte del mundo. Pablo se encontraba
pilotando el barco con el móvil en la mano como siempre. Cada uno se
encontraba a un lado opuesto del barco, últimamente ocurría así. A
Cristina ya no le apetecía sentarse a su lado mientras él guiaba el
barco como un capitán orgulloso. No sólo pasaba en la mar. Lo
observaba como si fuera un extraño, como si fuera indiferente a
ella. Ya no era él que le enviaba ramos de rosas al trabajo, tampoco
era él que le esperaba, ansioso, en casa con un sencilla cena. Todo
eso era pasado.
Cristina
miró a lo lejos y descubrió una patrulla de la guardia civil
merodeando por la zona, últimamente ocurría demasiado, estaban a la
caza y captura de inmigrantes. De repente, salieron a toda prisa.
Seguramente habían visto a su presa. Dejaron detrás de sí una
estela de espuma que se evaporaba instantáneamente...Pablo seguía
al teléfono, se reía y al mismo tiempo miraba furtivamente hacia
atrás, intentando ver lo que ella estaba haciendo: a ella le daba
igual. Cristina daba por supuesto que hablaba con algún ligue. Atrás
quedaba ese dolor interno al saber que le era infiel por primera vez.
Después de la justificada escena de celos que Cristina le montó,
Pablo se las arregló para convencerla de que era algo esporádico y
de que no volvería a suceder. Ella le creyó e incluso llegó a
pensar que la culpa era de ella por haberlo descuidado debido a su
trabajo, así que en parte justificó su infidelidad. Sin embargo, a
pesar de las promesas de Pablo y de la dedicación de Cristina, la
relación se iba deteriorando cada vez más, y esta vez ya no habría
marcha atrás, ya no habría más que decirse, ya estaba todo dicho.
De
pronto, un ruido les puso en alerta. Algo o alguien impedía que el
barco se mantuviera estable. Pablo paró el motor con decisión. Se
miraron atónitos y se dirigieron a donde procedía el ruido. Miraron
fuera de la borda y se encontraron con una mirada apocada y cansada.
Lo ayudaron a subir a la embarcación. El chico no tenía más de
quince años y temblaba de frio. Cristina le acercó una toalla para
que se secase. La cogió rápidamente y le dio las gracias con la
mirada. “Nombre?” preguntó Pablo. “Abdul” respondió
débilmente. A pesar de su debilidad momentánea se le veía con
fuerza, con ese vigor natural que posee la juventud. Entonces
inesperadamente, Abdul les dio un abrazo a ambos que les dejó
inmóviles. Cristina y Pablo quedaron rígidos ante tal muestra de
afecto. No era muy común esas señales de cariño en su vida.
Mientras los abrazaba, Abdul cerró los ojos y empezó a ver toda su
odisea para llegar hasta allí. Recordaba todo: la triste despedida
de sus padres y sus cinco hermanos con la esperanza de que pronto
estarían juntos, los amigos que había hecho por el camino y que
ahora ya no estaban, la lucha que mantuvo con otros hombres para
poder acceder a la patera.. Todo parecía un sueño...o una
pesadilla. Le hubiese gustado abrazar, especialmente a Mamadou, pero
no podía ser, sólo le quedaba de él, el recuerdo de las noches
mirando las estrellas, pintando el futuro juntos, pero el futuro del
pobre Mamadou ya estaba escrito.
Pero
ahora estaba a salvo en un barco de unos blancos. Nunca había
abrazado a un blanco. Los había visto pasar por su aldea en sus
grandes vehículos rumbo a la sabana en busca de animales salvajes,
pero nunca los había tenido tan cerca .La
mujer le pareció muy hermosa con esos grandes ojos azules, y el
hombre era imponente con su barba espesa y sus gafas oscuras. Cuando
se deshizo el abrazo, los volvió a mirar. Ahora le parecían
frágiles figuras: a la mujer le caían lágrimas por las mejillas y
el hombre miraba al suelo avergonzado ante la situación. “¿Comer?”
le preguntó Cristina secándose las lágrimas y haciendo movimientos
circulares en el estómago. Él asintió y sonrió al mismo tiempo.
Ella revolvió en su bolso y sacó una chocolatina. Abdul la cogió y
se sentó para devorarla con tranquilidad.
Era
hora de regresar a puerto. “Nos volvemos”, dijo Pablo y puso
rumbo a tierra mientras una sonrisa se dibujaba en el rostro de
Cristina.