HISTORIAS
INACABADAS (I)

Parecía
como si el corazón estuviese a punto de traspasarle el pecho...ya
llegaba tarde y su madre le había dicho que si volvía a tener
quejas de la señora.... Esta vez no habría escapatoria y dormiría
en el establo de las vacas. Era obvio que tenía un don en sus
manos, y no se podía desaprovechar. Además, Irene, con quince años
ya era una mujer y debía ganarse la vida y contribuir a la
maltrecha economía familiar. Así que, además de arreglar los
vestidos, faldas, blusas de sus tres hermanas, también podría
ayudar a la señora del pazo con la costura y sacarse de paso unos
dineros.
Le
fastidiaba mucho tener que dejar el oloroso calor de su hogar y tener
que adentrarse en los caminos inhóspitos y fríos de la aldea hasta
llegar a la suave colina donde se levantaba el único pazo señorial
de su olvidado pueblo. Al llegar siempre era recibida por los
ladridos del pastor alemán que la incordiaban y por la mirada de
reproche de la Balbina, a la cual le molestaba que Irene se
convirtiera en la modista de la Señora. Sin embargo, la irritación
primera poco a poco se convertía en divertimento cuando entraba en
el cuarto de costura de la señora...Entrar allí significaba hacer
lo que más le gustaba: coser. No se trataba de poner botones, coser
dobladillos o hacer ojales. La Señora le abría las puertas a un
mundo nuevo desconocido para ella que le hacía olvidar de donde
venía y la conducía a otro donde todo estaba por hacer...
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