viernes, 7 de agosto de 2015


                                         HISTORIAS INACABADAS (III)

Miró el reloj con impaciencia. Todavía eran las ocho menos cuarto. Se acercó hasta la puerta y estiró el cuello, inclinándose, casi rozando la cabeza contra el cristal. Entrecerró los ojos debido a la luz del sol que se expandía por toda su cara. La calle estaba desierta y tampoco había trazas de que se aproximase nadie. Así que con determinación fue al cajón, cogió las llaves y cerró la puerta, después de haberle dado la vuelta al cartel de abierto-cerrado. Después de muchas cavilaciones y meditaciones, al fin, Luis se decidió a montar una tienda de antigüedades. Había estudiado Bellas Artes en su ya lejana etapa universitaria y aunque en su corazón se sentía un pintor, un artista, nunca había tenido el coraje suficiente de dedicar su vida al mundo del arte, así que relegó su verdadera pasión a un segundo plano, dedicándose a ella sólo en fines de semana y de manera ocasional. Sin embargo, cuando todo parecía que iba a terminar sus días como administrativo en una empresa de seguros, la crisis se encargó de que así no fuera. Fue despedido e indemnizado. El dinero que le dieron por su liquidación lo empleó en el alquiler y acondicionamiento de un bajo en la calle donde vivía, convirtiéndolo en un lugar peculiar para el negocio que tenía en mente.
Fue difícil, al principio, intentar obtener los distintos artículos para montar la tienda. Tuvo que ir a subastas, a tiendas de segunda mano, acudir a ventas en garajes y sótanos ...pero no lo me importaba, más bien todo lo contrario. Adquiría de todo: atuendos de otras épocas, postales antiguas, bolsos, monederos, figuras de porcelana, juegos de té, lámparas y muebles.. Lo que más le deleitaba era la compra de muebles, para después así, poder restaurarlos con mimo y delicadeza. Incluso una vez reparados, era reacio a dejarlos marchar, para Luis, era como dejar marchar una parte de sí.
Una tarde ociosa, sin mucho que hacer en la tienda, encendió el portátil y empezó a adentrarse en la otra realidad. Se dirigió a páginas de segunda mano y subastas y allí estaba...un precioso escritorio de principios del XX. De madera de roble, de carácter recio, con múltiples cajones de todos los tamaños, el precio era bastante aceptable, así que sin sopesarlo demasiado, pulsó en el botón de comprar con decisión.
Sólo tardaron dos días en enviárselo, y allí estaba en el medio del local dispuesto a ser desembalado. Lo hizo con cuidado pero con rapidez. Estaba satisfecho; no lo habían engañado. Era precioso con un acabado perfecto, con aroma de pasado como le gustaban a él las cosas. Cogió un silla y se sentó para poder maniobrar más cómodamente; tocó la madera, acarició los pomos de los cajones y empezó a abrirlos. Se dejaban abrir sin problemas, excepto uno; tuvo que  emplear más fuerza, pero lo logró. El sobre de una pequeña carta impedía que ese cajón se abriese con facilidad. Sin más demora, Luis abrió la carta, amarilleada por el tiempo, y se dispuso a leer: “Querido propietario: Me dirijo a usted para comunicarle el terrible secreto que me temo tengo que contarle.......”.






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