
Encendió la televisión para
sentirse acompañada y empezó a pensar que le tendría preparado su padre.¡Qué
bien que iba a ver a su padre!. Hacía casi un año que no lo veía porque en
verano él tenía que trabajar en la
orquesta y no podía ocuparse de ella y en Navidad, bueno, no sabía muy bien lo
que le había surgido en Navidad ya que le fue imposible hablar con él. Noa
estuvo triste durante unos días pero esa tristeza se fue transformando en una
tímida esperanza de que a pesar de esta nueva ausencia, su padre vendría pronto.
Esa tímida esperanza se tornó en una inmensa alegría cuando pasados unos días
de las vacaciones de Navidad, su padre le llamó disculpándose por no haberla podido
ir a buscar, pero le prometió que estarían juntos en las próximas vacaciones.
Desde entonces, Noa se había esmerado en el colegio, había procurado no
incordiar más de lo necesario a su madre en casa, y solo vivía con la ilusión
de que todos estos esfuerzos harían que su padre estuviera orgulloso de ella.
Así que comenzó a tararear esa canción que ahora sonaba en todas partes. Sonó
el telefonillo. Era su madre, no traía llaves. Ya, de paso, le dejó la puerta
de casa abierta..Cariño, tu padre me llamó al trabajo y me parece que no.....
Publicado por María Eugenia Fernández Ramos.
Es un microrelato lleno de dulzura pero también amargo. Las ilusiones quebradas de la infancia supongo que dejan una brecha en el alma, a veces invisible, pero perenne. Hojas que no se caen nunca...
ResponderEliminar